Frank Correa
La revolución energética ahorró combustible al país, pero dejó a mucha gente endeudada. Aires acondicionados, televisores y refrigeradores de procedencia china, sustituyeron los viejos aparatos que fueron retirados en camiones movilizados para ese fin, tripulados por trabajadores sociales, un mecánico para diagnosticar que el equipo viejo estuviera funcionando, dos soldados del Ejército Juvenil del Trabajo para cargarlo, y un policía.
Mucha gente no quiso el canje, pues los viejos refrigeradores americanos se mantenían trabajando al cien, y los rusos daban la talla por el mantenimiento constante y la chapistería, pero finalmente tuvieron que verlos marchar en los camiones con melancolía y se resistieron a pagar el nuevo chino.
Al cabo de dos años el impago del refrigerador, que suman millones a la deuda con China, pende como espada sobre las entidades del Poder Popular, que presionan para que la gente paguen, Juan Luis está entre esos casos, es desempleado y no tiene un centro de trabajo que lo certifique con el banco.
Azuzado por el bodeguero del bario, que está encargado del control de los impagos, y del delegado del Poder Popular, que tiene que rendir cuenta a arriba y le dijo que los implicados se iban a llevar a los tribunales, fue a la Oficina Nacional Tributaria a hacerse el harakiri con la deuda, Juan Luis se considera estafado, pues le recogieron su Philco americano que jamás había pestañado y le dejaron el Haier chino, y una deuda contraída con el estado de seis mil ciento diez pesos la única solución que dice que ve es, pagar una chequera mensual con una cuota asequible, para salir del problema.
Había una multitud en la Oficina Tributaria, y hasta las diez no atendieron. La funcionaria encargada de tramitar los pagos echó un cubo de agua fría cuando dijo que las formas de pago eran al contado o por créditos bancarios, a través de un documento del centro de trabajo. La totalidad de los presentes estaban desempleados o eran amas de casa, debían buscarse un codeudor, algo sumamente imposible de encontrar.
La funcionaria alegó que solo habría chequeras para las amas de casas puras, un eufemismo que nadie entendió. Todas las mujeres que estaban en la cola se miraron, una preguntó de qué tamaño debía ser la blancura para poder acceder a la chequera.
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