La Libertad de la Luz
Revista Vitral
Año XVI. No. 95. enero -febrero de 2010
Aunque algunos quieran negarlo y se atreven a tapar el sol con un dedo, no son menos los que esgrimen, con razonamientos muy lógicos, justificaciones fundamentadas y con ejemplos cotidianos, que nuestra sociedad cubana vive desde hace muchos años, diríamos desde los albores mismos del triunfo revolucionario, donde tuvo su génesis, un inmovilismo que se ha agudizado a partir de los primeros años de la década de los años noventa.
Nos ha llamado poderosamente la atención que sea diario tema de conversación en casi todos los contextos en que nos movemos socialmente: en la panadería, en la parada del ómnibus o del camión, en el trabajo, en la cola de la placita, en la bodega, en las fiestas, en fin, en las reuniones de todo tipo. Basta que se encuentren dos o más personas conocidas para que aflore de manera espontánea, es algo que se ha convertido en el número uno del «hit parade» comunicativo. Todo está inmóvil, nada cambia, todo está estático, estamos totalmente estancados, no sabemos hacia dónde vamos, entre otras, son expresiones que escuchamos repetidamente.
La palabra inmovilismo se deriva del término inmóvil y su semántica refleja tendencia a mantener sin cambios una situación política, social, económica o ideológica. El inmovilismo corroe el alma, despersonaliza y deshumaniza a los pueblos porque produce un permanente desamparo en la lucha por la supervivencia. Año tras año se nos ha pedido más y más sacrificios y año tras año solo sufrimos la desesperanza por un futuro que en el día a día se vislumbra cada vez más incierto y agónico.
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El daño antropológico que el inmovilismo nos ha causado, desde lo político, lo social, lo ideológico y lo económico, llega a tal clímax, que le ha impuesto a nuestra sociedad la obligada situación de vivir en el “sálvese quien pueda” y en el “ojo por ojo y diente por diente”. Las familias que logran mejorar su canasta básica y vivir un poco más desahogados, que son las menos, es producto a la entrada monetaria por concepto de remesa familiar o por misiones internacionalistas y nunca por concepto de salario digno por el trabajo en el territorio nacional.
Parece ser que el inmovilismo, como tendencia al acomodamiento y a las circunstancias, ha estado presente en la historia del hombre y de manera especial en nuestra historia. Es un recurso que, inconsciente o conscientemente, se va imponiendo, matando lo verdaderamente creativo y revolucionario en la mejor acepción del término, como única vía para el desarrollo y el disfrute pleno de todos los sectores sociales. Es bien cierto que en el caso cubano, sufrimos inmovilismo desde la colonización hasta que el Padre Félix Varela nos vaticinara que era necesario crear una conciencia que nacida desde lo “criollo” caminara conscientemente hacia lo nacionalmente cubano para librarnos del yugo español. Recordemos también a nuestro Apóstol José Martí cuando impugnó a las colonias españolas en América, las cuales se cruzaron de brazos mientras observaban como la metrópolis crecía y sumía a nuestros pueblos en la más vil miseria “política, social, ideológica y económica”.
El inmovilismo que vivimos hoy, a nuestro entender, es fruto de creernos fantasiosamente que somos el mejor modelo sociopolítico y económico existente en el mundo, que somos y seremos eternamente faro y guía para los restantes pueblos, que nuestro paradigma social, económico y político es irrenunciable pese a todas las vicisitudes que ha afrontado desde hace mucho tiempo y afronta el pueblo y que las soluciones a nuestros problemas, de toda índole, no pueden estar fuera del modelo que se defiende. Se justifican las deficiencias en el actuar de los hombres y no en la inoperancia y en lo caduco del modelo o sistema. Somos algo así como el ombligo del mundo, el baluarte mayor, el sistema más justo, solidario y humanista que haya conocido la historia de la humanidad. Lo prioritario es la defensa del Estado, de la revolución, del partido, del centralismo y del colectivismo. Se propagandiza que lo vivido en el pasado, o lo que se pueda vivir en el futuro fuera de este modelo, es totalmente indigno, tiránico y explotador.
El inmovilismo es tan dañino que lo frena todo y pasa a formar parte de nuestra cultura, la sociedad lo incorpora como un rasgo más de nuestra personalidad y al actuar, aflora y está presente en cada una de nuestras actitudes. Nuestra sociedad está plagada de este virus, nuestro sistema inmunológico llega a ser indiferente ante él, nadie quiere buscarse problemas, porque todas las orientaciones vienen desde los niveles centrales sin consultar verdaderamente y tomar en cuenta las sugerencias y proposiciones, con total libertad y sin coerción, de la base en los centros de trabajo, de las familias en las comunidades y del ciudadano común.
Hay una situación que se da lamentablemente como reflejo del inmovilismo que vivimos, el éxodo. Prioritariamente, una gran masa de jóvenes profesionales o no optan por la diáspora, por el exilio forzoso, o por la misión o colaboración internacionalista, provocándose una ruptura y división familiar que destruye a nuestra sociedad, porque se disgregan los componentes que componen la célula principal de ella. No hay opción por el regreso, por disentir del modelo vigente. Nos viene a la mente las palabras dichas por nuestro poeta y escritor José María Heredia cuando sufría también el exilio obligado y que Leonardo Padura recoge en su obra literaria La novela de mi vida, “…La nostalgia del desterrado se fue cebando en mí, marcando cada acto de mi vida y muchos de mis pensamientos, y comprendí la crueldad de un castigo tan repetidamente practicado por los que funcionan como dueños de patrias y destinos, y se arrogan el derecho de decidir la vida de quienes disienten de ellos”.
Para eliminar el inmovilismo se necesita liberar sin tapujos las compuertas de la creatividad colectiva y personal, permitir que el hombre se encuentre con sus verdaderas raíces, que pueda buscar la verdad en lo trascendente, no solo en lo cultual sino en todos los ámbitos de la vida social, con una realización plena sin tabúes y coerción. Se necesita poner el ser humano en el centro de todo y que todas las instituciones se pongan en función de él. Se necesita no confundir patria con partido, sociedad con modelo sociopolítico, disidencia con pluralidad, libertad de expresión y de asociación con contrarrevolución. En fin se necesita contar verdaderamente con todas las fuerzas, con todos los cubanos de dentro y de afuera, unir pinos nuevos y viejos como nos enseñó el Apóstol y edificar una Cuba que sea un sol moral para todos a partir de los preceptos educativos de Don José de la Luz y Caballero. Pensamos, que el mejor intento se fundamenta en que nadie está exento de errores y que la capacidad colectiva del pueblo es superior a la capacidad creativa y de decisión de un hombre por muy capaz y genio que parezca.
Debemos ir al pasado para tomar de él lo mejor y buscar las bifurcaciones del camino, mirar al futuro no para enajenarnos sino para poder vivir el presente con esperanza salvífica y alegría, para enderezar el rumbo que todos deseamos. La Iglesia ante esta agobiante situación debe redoblar hoy más que nunca su espíritu de servicio a todos, sin exclusiones, contribuya a la construcción de puentes para la unidad en lo diverso y que inspire la esperanzadora fe en el futuro, en la Cruz del Señor, que el futuro incierto como la muerte vencida por Jesús, también será vencido por este pueblo.
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